Lugar de origen: Colombia

        Lugar de Residencia: Suecia

Fuera desde: 1983

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Víctor Rojas: Un exilio en Suecia

“Cuando baje del avión en Suecia, ahí pensé, “empezó el verdadero exilio”, el 17 de mayo de 1984.

Barcelona, España, 2019. Foto Miguel Velazco A.
“He tenido momentos alegres con los premios literarios. El primer premio que me dan es el de la Federación de Escritores de Suecia, como escritor migrante del año”.

Barcelona, España, 2019. Foto Miguel Velazco A.
Víctor rememora los sucesos de su vida en Suecia y hace eco a la importancia de la integración en el lugar de acogida: “A eso no hay que mamarle gallo”, comenta.

Barcelona, España, 2019. Foto Miguel Velazco A.
Los documentos de identidad de Víctor de su exilio en Suecia.

Barcelona, España, 2019. Foto Miguel Velazco A.
Para dedicarse de lleno a sus escritos, Víctor viaja con frecuencia a Reus, un municipio en la provincia de Tarragona en donde tuvo la fortuna de encontrar sabores colombianos con los que se deleita en cada visita a la ciudad.

Reus, España, 2019. Foto Salome Arbelaez.

Han pasado casi 36 años desde el día en que Víctor Rojas dejó Colombia y emprendió su viaje hacia el exilio; primero en Ecuador y más adelante en el Reino de Suecia, el país más extenso de la península escandinava, conocido por los más de cien mil lagos que se extienden en su territorio, ubicado en el norte de Europa. Hoy, desde Barcelona, nos cuenta su historia: lo mejor y lo más difícil de no poder regresar a su país natal, Colombia.

Víctor Rojas recuerda sus días en Duitama, Boyacá, como ‘los más fríos de su existencia’. En víspera de la navidad de 1982, se vio obligado a huir para salvar su vida. Se desplazó desde Bogotá hacia el centro oriente del país, tras ser acusado como uno de los autores intelectuales del asesinato de la entonces Directora Nacional de Acción Comunal y Asuntos Indígenas, Gloria Lara de Echeverri, quien había sido secuestrada 5 meses atrás, y que fue encontrada muerta el 29 de noviembre de 1982 en el barrio Bonanza de Bogotá.

Varias hipótesis se tejieron alrededor de este homicidio que conmovió hondamente a la opinión pública en Colombia, entre ellas la que señalaba a una veintena de militantes de izquierdas como responsables del hecho, sin que el juez hubiera encontrado méritos para llamarlos a juicio previo y sin haber hallado pruebas que los inculpasen.

En 1982, la cúpula militar, sin tener jurisdicción, se apersonó de la investigación por el crimen de Lara y, solo un mes después de hallado el cuerpo, el General Hernando Díaz Sanmiguel, entonces director de la Brigada de Institutos Militares (BIM), el 28 de diciembre del mismo año, apareció en los medios de televisión colombianos, mostrando un organigrama de militantes de izquierda y activistas de la Organización Revolucionaria del Pueblo, cuyas siglas, ORP, coincidían con las de la bandera que envolvía el cuerpo de Gloria Lara. También enseñó ante las cámaras un vídeo en el que un hombre joven, con importantes señales de tortura, confesaba pertenecer a la ORP y se auto implicaba, responsabilizando a sus compañeros de militancia de haber perpetrado el horrendo crimen. Esa ORP, de la que efectivamente habían hecho parte algunos de los acusados, no era una banda criminal sino un círculo de estudios políticos ligado al movimiento campesino liderado por la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, que había desaparecido del paisaje político años atrás luego de una fuerte lucha política interna.

Detenciones arbitrarias, torturas y desapariciones fueron parte de los métodos usados en la investigación y en el supuesto esclarecimiento del caso. Todos los acusados vivieron un calvario que condujo a algunos al exilio, entre ellos a Víctor Rojas, abogado de la Universidad Nacional de Colombia, quien además había sido un activo líder barrial y militante de izquierda. A Rojas esa falsa imputación le cambió la vida y tras ser señalado culpable se vio en la obligación de arreglar lo poco que pudo para huir de Bogotá y más adelante, abandonar el país.

Víctor inició su actividad política en Colombia con el Movimiento Nacional Democrático Popular, un pequeño partido del que hacía parte y a través del cual desarrolló campañas de alfabetización a campesinos, bajo la consigna “La tierra para el que la trabaja”. 

Recuerda que en sus días de juventud daba discursos en las plazas públicas e impulsaba el primer Paro Cívico Nacional de 1977, del cual dirigió la movilización en el sur de Bogotá. “Curiosamente con Diego Betancur, hijo de Belisario Betancur, que entonces era del MOIR [Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario], estuvimos reunidos la noche anterior al paro cívico para programar cómo íbamos a parar todo el tráfico y todas esas cosas. Ese primer paro cívico nacional fue para mí una cosa súper linda, ver a la gente haciéndose cargo de su propio destino”, comenta.

Sin embargo, no fue su actividad política sino la literatura lo que generó en su vida una gran pasión, y posteriormente se convirtió en la herramienta a través de la cual ha podido sanar las heridas causadas por el doloroso exilio que vive en Suecia, país y reino que lo acogió y desde donde piensa y escribe a Colombia. A esa esquina fría del mundo llegó hace 35 años.

La ruta del exilio

“Son los militares quienes nos capturan, quienes nos condenan, quienes hacen levantamiento de pruebas, todo lo hacen ellos, todo se lo inventan ellos”, sostiene Víctor, quien después de las graves acusaciones en su contra se vio obligado a abandonar Bogotá. Su primera parada fue Duitama, el puerto transportador terrestre más importante de Colombia conocido como ‘La Perla de Boyacá’, pero las amenazas y persecución no cesaron y fue entonces cuando se enfrentó a la realidad que había evitado hasta ese momento, era hora de dejarlo todo atrás.

Se desplazó a Manizales, capital del departamento de Caldas, donde permaneció 6 meses en la casa de un profesor amigo y posteriormente inició una ruta clandestina para llegar a Quito, Ecuador, desde donde se trasladó a Suecia.

Víctor recuerda su último día en Colombia: “Yo salí huyendo hacia Quito por el Cauca, en una flota, de noche, y la última visión que tengo es cuando pasamos por Popayán y por sus alrededores, había solo ruinas. Todo Popayán se había caído tras el temblor. Y esa imagen me persiguió durante muchos años. Y creo que si me preguntan ahora por Colombia, para mi sigue siendo eso, una ruina, una ruina política”, recalca.

A su llegada al país vecino, Rojas fue acogido por una familia de colombianos donde permaneció alrededor de dos meses. Al cabo de este tiempo, Amnistía Internacional se encargó de asistirlo y brindarle apoyo para el traslado de su hijo Giovanni desde Colombia y aproximadamente 4 meses más tarde, debido al peligro que corría por estar cerca de la frontera, fue enviado en la cuota de refugiados políticos a Suecia, donde reside hace más de tres décadas, como uno de los primeros exiliados colombianos en llegar al país nórdico.

La llegada

Irónicamente, su llegada a uno de los países más fríos del mundo fue tan propicia, que tras varios meses de dolor y desasosiego olvidó los días helados en las montañas del hemisferio sur del continente americano. En una tierra desconocida, a casi 10.000 kilómetros de distancia de su tierra natal, Víctor Rojas se sintió por primera vez tranquilo desde el momento de su primera acusación.

Llegó, junto con su hijo Giovanni, el 17 de mayo de 1984. “Ese día es maravilloso, de los días más maravillosos de mi vida. Primero porque venía con una presión psicológica agotadora, y segundo por la zozobra. Cuando llego a Suecia, toda esa presión encuentra una válvula de escape. Llegamos a mediados de la primavera. Los días son más largos, todo el mundo es más tranquilo, no hay pobreza, los pajaritos cantan y el campamento a donde llegamos era un pueblito para refugiados, con casitas bien pintaditas, a lo caperucita roja, donde encontrabas gente de todo el mundo. Fue una alegría impresionante”, relata.

Víctor rememora entre sonrisas que en el campamento les fue asignada a él y a su hijo Giovanni, una casa que tenía dibujada una fruta de colores en la entrada, y sostiene que fue el inicio de una nueva vida en la que el compartir su diario vivir con personas de diferente latitudes que habían sufrido experiencias semejantes a la suya, lo ayudó a olvidar la presión con la que había cargado desde el 28 de diciembre de 1982, día en que fue declarado culpable y participe de un asesinato que no cometió. “Siempre hubo una esperanza de que un día iban a decir: ‘No. Perdónenos, discúlpenos, cogimos a los que no eran’, y todavía estoy esperando a que salga esa voz, que ya sé que no va a aparecer nunca”, manifiesta Rojas.

Durante ese tiempo, conoció a una joven salvadoreña de quien se enamoró y con quien tuvo su primera hija en el país escandinavo, una experiencia que generó otro cambio significativo: “Fue un momento grande porque era como darle vuelta a todo y empezar otro tipo de vida, otras cosas”.

El exilio

A pesar de sentirse a salvo y de haber iniciado una vida aparentemente tranquila, las secuelas generadas por su salida abrupta de Colombia, enfrentaron a Rojas a dificultades y dolores que perduran en el tiempo.

El abandono forzado de la tierra, las costumbres, el idioma y la cultura, se convirtieron en las pruebas a las que se enfrentó Víctor, que, sin estar preparado para partir, tuvo que abandonar todo lo que había construido.

“Los desafíos son ilimitados y hay que enfrentarlos. Primero es el idioma y esa es una cosa que hay que tomar muy en serio y uno tiene que ser consciente del exilio para convertir esa derrota en victoria. Por mucho tiempo, yo seguía pensando que en cualquier momento los militares iban a decir ‘Uy, qué cagada que hicimos, por favor devuélvanse’. Hasta que me di cuenta que no, que ese era un caso para toda la vida, que nadie iba a reconocer nada. Entonces me puse a estudiar y aprender el sueco. La integración es muy importante también, uno tiene que ser consciente de que está en otro lado y que tiene que ser parte de ese otro lado. Y el choque cultural, a eso no hay que “mamarle gallo”. Eso es una cosa que hay que saber manejar. Digamos, en el caso nuestro, entender toda esa mentalidad sueca, toda esa cosa cuadrada, eso es un reto tremendo. Si tú no manejas eso, vas a estar viviendo en una burbuja todo el tiempo, vas a estar viviendo con una realidad que no existe”, afirma.

Pese a las oportunidades y los cambios aparentemente positivos que el lugar de acogida le ofreció, el desplazamiento forzado dejó huellas permanentes en Víctor. Los cambios bruscos, el desasosiego, el encuentro con el mismo “yo” que se desconoce, el miedo constante a la muerte anunciada y la barbarie de la culpa impuesta, generó en la vida de Víctor un sabor amargo, pero también una gran oportunidad: el encuentro de una ruta de escape contra el dolor.

La literatura y el exilio

Rojas asegura que a pesar de no contar con un conocimiento profundo de la literatura y de encontrarse frente a un escenario desconocido que lo mantenía lejos de su tierra y de lo que él mismo había sido hasta ese entonces, logró redescubrirse y salvarse del tormentoso dolor del exilio a través de sus escritos, cuyas ideas fluyeron de manera tan natural que lo llevaron a dedicar gran parte de su vida de exiliado al oficio de las letras.

“Yo empecé a estudiar y publiqué el primer libro en edición bilingüe, un libro de poemas, y ese libro tuvo mucho éxito en Suecia. Se vendió toda la edición y empezaron a llegar premios. Eso abrió muchas puertas”, cuenta. A finales de la década de los noventa, recibió su primer premio otorgado por la Federación de Escritores de Suecia como escritor extranjero del año, lo cual le brindó no solamente una merecida alegría, sino la apertura a un mundo de oportunidades en el que hoy todavía se desenvuelve. Poco tiempo después, recibió el Premio anual de la Cultura de su ciudad, y posteriormente el Premio literario de la Academia de Småland, una distinción como escritor del año, otorgado por la ABF (círculos de formación cultural de los obreros suecos) en 2004, premio de la Academia Sueca y el más importante que otorga el país nórdico a un escritor después del Nobel.

Hoy, a los casi 36 años de su dolorosa partida, Víctor reconoce la literatura como arma compañera vencedora del dolor a través de la cual aligeró la carga de la tristeza que lo ha acompañado durante la ruta hacia una vida desconocida: el exilio, desde el cual sigue pensando, sintiendo y escribiendo a Colombia. En su libro titulado Juego de Escorpiones, decidió contar su propia historia, la del adiós forzado, la obra que habla de su inocencia y la de sus compañeros, la que habla de injusticias y engaños, y con la que afirma dar por terminado su exilio.

“Quiero vivir donde me plazca, hacer las cosas que me gustan, actuar de acuerdo a lo que considero justo y noble. El exilio es el estado de derrota en el que viven los poetas. Y yo acá me despojo de treinta derrotas, una por año”, declaró Rojas en el lanzamiento de su novela en París en 2013, sosteniendo dicho sentir en este relato a través del cual comparte trozos de su vida, narra su historia y cuenta su verdad.